miércoles, 11 de julio de 2012

El universo Faulkner


Faulkner escribiendo un guion para la Warner Bros.
En El País dedican hoy unas páginas a William Faulkner, que anda celebrando cincuenta años de haberse largado de aquí, con un breve perfil y algunos pincelazos de parte de seis escritores. Juan Gabriel Vásquez y Javier Marías son dos de ellos y sus comentarios sobre el Nobel norteamericano pueden leerse al final de esta nota:
Ese hombre con el pelo blanco y bigote entrecano vestido con camisa blanca de algodón un poco arrugada y corbata a rayas que teclea una máquina de escribir en su estudio rodeado de libros, es el mismo hombre que está sentado en una terraza bajo la luz de California con gafas de sol, exhibiendo su piel bronceada sin camisa, bermudas blancas y zapatos con calcetines, inclinado frente a otra máquina de escribir. Dos imágenes distintas de un mismo autor que escribió por placer y por dinero pero con la misma entrega caudalosa de palabras al servicio de historias insólitas que iluminan sombras de la naturaleza humana. Se llama William Faulkner y es uno de los escritores a quien más deben los autores de la segunda mitad del siglo XX.

William Faulkner durante sus días como guionista de la Warner Bros, en California / Time & Life Pictures/Getty Image Alfred Eriss.

Los ecos de su torrente literario, aunque han pasado por diferentes decibelios en estas décadas, estos días suenan con fuerza con motivo del cincuentenario de su muerte, 6 de julio de 1962, a la edad de 64 años. Fue el creador de un calculado universo caótico reflejado en su nombre laberíntico: Yoknapatawpha. Un territorio ficticio inspirado en el condado de Lafayette (Misisipí) y el sur de Estados Unidos, en su época de derrota y abandono y donde el Tiempo tiene vida propia para que Faulkner lo muestre no solo oxidado o lento, a veces, sino también con un movimiento de electrón. Allí suelen transcurrir la mayoría de sus historias innovadoras en forma y fondo a la que tanto deben escritores de todas partes del mundo, especialmente, latinoamericanos que van desde Alejo Carpentier y Juan Rulfo, hasta Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa pasando por Juan Carlos Onetti y Guillermo Cabrera Infante quienes siempre reconocieron su influencia por obras como El ruido y la furia, Mientras agonizo, Santuario, Luz de agosto, ¡Absalón, Absalón!, Las palmeras salvajes
…Historias faulknerianas que zigzaguean y penetran en las zonas de penumbra y oscuras de las emociones y los sentimientos y la razón y los instintos del ser humano en una maraña perfecta donde el tiempo, el espacio y la acción están concebidas solo para ese mundo y no para otro.

LA HISTORIA
Juan Gabriel Vásquez
Tiempo, espacio y acciones de criaturas, predestinadas o no, pero hijas de la Historia. “Ayer no terminará sino mañana', escribe Faulkner en Intruso en el polvo, 'y mañana comenzó hace diez mil años”, recuerda Juan Gabriel Vásquez, que tiene una relación especial con el escritor estadounidense. Algo que para él es una “peligrosa obsesión (la idea de que somos el producto indirecto de varias generaciones, de que nuestras tristezas y nuestra bienaventuranza son el resultado de una conspiración antigua) que ha moldeado mi ficción y es, creo, la manera más rica en que puedo leer a Faulkner”. Reconoce, entonces, que, tal vez por eso ¡Absalón, Absalón! le sigue sorprendiendo: “pocas novelas han explorado de manera tan rica el carácter inasible de la historia, su terrible ambigüedad y nuestra incapacidad para dar una versión única y confiable de ella. Contar una historia, nos dice esa novela, contar nuestro pasado, es modificarlo: no hay relato puro. 'Tal vez no hay nada que suceda una vez y se termine', dice o intuye Quentin. Lo que hay es hechos con consecuencias interminables y que, para rizar el rizo, son distintos según quien los cuente”.

EL ESTILO
Javier Marías
La fuerza extraordinaria de Faulkner está en su estilo, afirma Javier Marías. Un estilo que, agrega, lo emparenta con Proust, que ha sido una de sus influencias, y con Henry James. Lo que lo distingue de ambos “son sus párrafos largos, como si surgiera a borbotones hasta el punto de que es menos respetuoso con la sintaxis que ellos; como si a veces dijera: 'la sintaxis no me importa'. Incluso lo llegó a decir: 'Si meto tanto en un solo párrafo es porque no sé si voy a llegar vivir al siguiente'. Esa exuberancia borbotónica da a su estilo una fuerza que atrapa y convierte cada página en una suerte de oleada que atrapa al lector y que nadie jamás, ni antes ni después de él, se aproxima a esa prosa”. Para Marías, se trata de un autor más rupturista que el propio Joyce, “que es más deliberadamente rupturista, en Faulkner todo parece más natural”. ¿Una obra? Las palmeras salvajes.
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