miércoles, 4 de febrero de 2009

La Cofia de Circe

Foto de Ralph Gibson

Era tan bella

que no te hubieras atrevido a amarla

Apollinaire

Una muchacha me trajo al mundo

precedida por un vuelo dulzón de abejas

que permitían hacer el amor a la sombra.

Nunca estuve tan lejos de la sed.

La sabiduría del amor reside en esto:

plantar un buen paisaje en la ventana.

Hecha para la dulzura de una cuadro,

la edénica pareja se besaba,

más que amar se besaba.

La serpiente llegó con su dialéctica

y resultó que había contradicción de clase

y que éramos distintos como sabían todos:

libros leídos con los mismos ojos,

poemas escritos con las mismas manos

habían consumado nuestras máscaras.

Fue así como marché por la calle del fondo

con un frío

que más que nunca la necesitaba.

Y ahora vienen las acusaciones

de los que no conocen la delicia

de ese árbol de pereza.

“Necio”, dirán, “se enamoró

de una mujer a veces deslumbrante

que lucía mejor en un salón de té

repetido hasta el vértigo

que en el apartamento de un poeta

donde a todo olor se mezcla la duda

y el agua es rancia”.

Y dirán todavía: “Vanidoso.

Haces escándalo porque no tienes

a todas las muchachas de tu parte,

o mejor dicho aquellas

que ha dotado la burguesía de una espaciosa esgrima.

Ahora lloras con la herida abierta,

cuando debías desbrozar tus filos”.

Tenéis razón, camaradas. Ya no permitiré

que otra de ésas abuse. Pero dejad que me reserve

algo para mí, una pequeña justificación lírica:

Tenía unas nalgas tan bellas

que no te hubieras atrevido a odiarlas.

José Luis Quesada

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