miércoles, 11 de abril de 2007

Escribirlo todo

Por Dennis Arita
Todo lo he hecho, todo lo he vivido. ―Arturo Belano, citado por Ignacio Echevarría
Iba a escribir: "Uno de los agrados de leer 2666 de Roberto Bolaño es la sensación de leerlo todo, de vivir muchas vidas", pero esa frase hubiera encerrado una contradicción. Si esa novela lo cuenta todo, al menos para este recluso que soy yo, entonces no puede tratarse de un agrado cualquiera, sino del agrado, el único, el que debe haber sentido Dios al destruir Babel o mandar el diluvio. No hay nada más agradable que ejercer el poder, ni nada más peligroso, y leer 2666 es una forma de ejercer un poder que se alarga lo que se alarga mi lectura del libro. Muchas veces, al dejar de leer 2666, me decía, con el temblor que nos aguarda al final de los grandes descubrimientos, "Acabo de leerlo todo", y el mundo de todos mis días parecía vago, como sumido en una bruma, si lo comparaba con mi existencia vicaria en la ficticia Santa Teresa o en la fantasmal Barcelona de Bolaño.
No pensé "Lo he vivido todo", como no lo pensé mientras leía Los demonios, por ejemplo, o Los papeles del club Pickwick o Las mil y una noches. Un resto de cordura inútil me impide mezclar la ficción con la realidad, pero no me deja acometer ciertos actos de hermosura elemental que envidio en otros. Me parece llamativo que Bolaño haya decidido hacer responsable a su álter ego Arturo Belano de la declaración "Lo he vivido todo", si hemos de creerle a Ignacio Echevarría. Esa frase habría sido excesivamente dramática si la hubiera suscrito el propio Bolaño, aunque no parecía temerle a los gestos dramáticos ni a los excesos. Recordemos que Los detectives salvajes y 2666 son gestos excesivos por su desmesura emocional y narrativa. He leído sólo dos o tres fragmentos de su correspondencia, pero creo que los desbordes sentimentales abundaban en sus cartas.
Por mi incapacidad de vivirlo todo y quizá por mi rechazo a tantas formas del sentimentalismo, he decidido leer ficciones para buscar emociones que sé lejanas o imposibles para mi pobre cuerpo. Es una triste definición de la palabra vivir.
Me pregunto de dónde proviene esa sensación de poder que me ha dado la lectura de 2666. ¿Será porque es una novela total? [1] No sé si Bolaño aspiraba a crear ese artilugio indefinible llamado novela total. En todo caso, ni siquiera terminó 2666 y entonces se trataría de un ejemplo destacado de novela total inconclusa y eso sería, por lo menos, absurdo.
Debo confesar que no tengo muy claro qué es una novela total. En mi pubertad, cuando abandoné las optimistas novelas de aventuras en parajes exóticos de Salgari y de Karl May para sustituirlas por la lectura más provechosa, o eso espero, de Vargas Llosa y de Carlos Fuentes, un amigo lector mencionó que las novelas de estos dos autores "aspiraban a la totalidad". Tal vez leí esa frase en alguna parte, ya se sabe que ciertos libros nos envían a otros. La palabra totalidad es siempre llamativa, parece el mejor instrumento para que nadie nos gane en una discusión: ¿quién puede oponerse cuando decimos que una novela es total? Cualquiera queda desarmado y podemos continuar la plática invictos, en espera de otro momento para introducir ese término aplastante.
Cuando nos resulta difícil definir algo solemos, muchas veces por haraganería, recurrir a imágenes y en el mejor de los casos intentamos articular algo parecido a una definición que con algo de suerte y ayuda podremos sustituir por otra menos vacilante. Pienso en una novela total y lo primero que viene a mi mente es una imagen: la de una gran ciudad, o más bien la de un mercado. No sé en qué pensarán otros, yo pienso en un mercado; si voy más lejos, logro imaginar colores y olores: blanco, rojo, verde, especias, sudor. Luego paso de la imagen primordial a las frases sueltas, los gritos, el calor, la humedad, el vértigo, el movimiento incesante, el peligro. Avanzo más y pienso en los hombres y en las mujeres que trabajan en los mercados, en sus vidas. Sólo necesito fantasear y comienzo a imaginar la vida de varios de ellos, quizá de todos, si dispongo del tiempo y la paciencia y el vigor: sus viajes de ida y vuelta, sus relaciones en el mercado y en sus casas o barrios, sus dramas individuales.
La imagen que apunté en el párrafo anterior me sirve cuando permanece en mi mente, pero deja de funcionar en cuanto la esbozo por escrito y funciona menos cuando decido extenderla bajo la forma de una novela.
Supongo que la novela total tiene el deber de narrarlo todo, aunque sea un deber lejos del alcance humano. En El aleph y en las Crónicas de Bustos Domecq, Borges se burló de quienes desean narrarlo todo, pero esa burla esconde el deseo de ser Dios o entender a Dios. Es válido el anhelo de escribir una novela total, si un texto como ése puede existir, como es válido el deseo de entender a Dios.
Un novelista que desea contarlo todo no necesita escribir un texto de dimensiones colosales ni hacer un censo indiscriminado de todos los pobladores de un pueblo o de un país ni desplazar la acción de Costa Rica a Burkina Faso. Si el requisito esencial de una novela total es la extensión, la desmesurada demografía o el turismo, entonces Stephen King y Robert Ludlum escribieron novelas totales. Y quizá lo hicieron…
El problema de la novela total, si llamo así a los textos narrativos de Llosa, Fuentes o Del Paso, es que nos entrega fragmentos de existencia. Es lo que me ocurre cuando recorro un mercado, porque en la pobre realidad que me toca nunca seré capaz de experimentar todas las sensaciones, conocer todas las historias y despejar todos los enigmas de ese microcosmos de pescados y repollos. Los autores de novelas totales, pobres diablos, deben someterse a la realidad inasible y entregarnos textos hechos de impresiones fugaces que ansían hacer pasar por la visión de Dios.
Por lo visto, el autor de una novela total no logra del todo su cometido ni siquiera cuando abandona sus ansiedades monumentales y decide dedicar su energía al cosmos de, pongamos por caso, su jardín trasero. Si narrar todo lo que sucede en un jardín es una empresa tan compleja como narrar todo lo que sucede en un país, entonces es posible embarcarse en cualquiera de estos dos fracasos potenciales sin el temor de sufrir una desilusión más grande o más pequeña. La regla es que cualquier novelista escoja el país.
2666 sería una novela total si los requisitos fueran la extensión y la abundancia de personajes y de geografías. Me parece más honesto crear mi propia definición, a partir de la lectura de la novela de Bolaño. Es llamativo que las novelas de Vargas Llosa y Fuentes jamás me hayan exigido esta tarea; pienso que, como casi siempre, se debe a "gustos personales": las novelas de Vargas Llosa y Fuentes se me antojan fragmentarias, aunque las del primero suelen satisfacerme y las del segundo, irritarme.
La novela total según Bolaño es abundante en todos los sentidos y en esto se parece a Fuentes, Llosa, Del Paso, Joyce o Döblin. Yo añadiría un elemento a la abundancia: una inusual compulsión. Iba a escribir deseo y compulsión, o morbo y compulsión. Me parece adecuada la palabra compulsión porque encierra dos significados o mejor dicho dos deseos: contar historias y exponer zonas terribles de la experiencia humana. Cualquier novelista debería saber que a la mayoría le interesa escuchar buenas historias y ser testigo de lo horrible en cuanto espectáculo. Bolaño no se resiste al impulso de relatar incluso cuando hacerlo podría reducirse a una impertinencia, a la creación de meros apéndices narrativos. Es un misterio su habilidad para dejarse llevar por el impulso de contar esas historias y hacerlas interesantes.
Acaso lo horrible no atraiga a "la mayoría": prefiero creer que sí. En mi caso, lo horrible se asocia a la fugacidad de la existencia, a la brusquedad o la agónica lentitud de la muerte, a una frase que se repite cada vez que asisto a un hecho detestable: "Yo pude haber estado ahí". Para mí, esas dos compulsiones de la escritura, hermanas de mi compulsión lectora, sirven como el vínculo que une todas las historias narradas en 2666 y crean la ilusión de continuidad, tan necesaria para fingir, si bien de manera sustituta y fugaz, una aprehensión total del mundo.
[1] En una nota al final de la primera edición de 2666, Ignacio Echevarría menciona "la insensata aspiración de totalidad" de la novela de Bolaño.
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5 comentarios:

G.Rodríguez dijo...

Les dejo el siguiente comentario que llegó a mi cuenta de correo electrónico. Su autor, al parecer un reconocido poeta (lo digo porque del internet nunca debemos confiarnos en cuestión de identidades), al parecer no leyó el texto (o no lo entendió) de Dennis antes de decir lo que dijo. Tres cosas se perciben en él, y, con todo respeto, las mencionaré: 1. El poeta intenta "ilustrarnos" con una información valiosísima. 2. El poeta parece no haber leído 2666. 3. El poeta cuestiona una decisión editorial evidentemente correcta, lo que es fácilmente comprobable si leemos 2666.
Bueno, aquí va su comentario:
"LA NOVELA TOTAL NO EXISTE, NADIE PUEDE "ESCRIBIR" EL COSMOS EN EXPANSION... ADEMAS, 2666 ES UNA REUNION DE 5 NOVELAS DE BOLAÑO POR IDEA DEL EDITOR DE ANAGRAMA. NEGOCIO EDITORIAL O ALGO ASI. SALUDOS,
SAUL IBARGOYEN.

Anónimo dijo...

Algo muy muy interesante y peculiar en Bolaño, son sus personajes. Tienen la libertad de hacer lo que quieran. Parecen no tener límites. En la parte de los críticos de 2666, Liz Norton, Piero Morini,Pelletier y Espinoza por ejemplo.

Anónimo dijo...

no todas las personas al pareser toman el mismo entorno aun libro ya sea por el hecho de quien es el autor o no saver el que es un buen libro pero a mi ver el libro es un buen libro en si todos me han paresidos buenos libros

Unknown dijo...

al leer un libro te da aveses creer que puedes pasar el tiempo pero al notar deliberada mente q ese libro de produse una censacin que pudes
ser parte de el y vivirlo te ase saver que no perderas el tiempo por que detras de el hay un gran escritor

Anónimo dijo...

pero la novela es un ser vivo...gracias a dios!